domingo, enero 28, 2007

TÍPICA FORMA DE EXPRESAR AMOR DE UNA MUJER


Ya no pienso más en tí. Ya no extraño tu presencia, ni espero tus pasos firmes al otro lado de la puerta. Dejé mi sombra en el dintel, y me rearmo célula por célula, despúes de tu arrollador paso por mi existencia. No maldigo el haberte hallado en mi camino, ni meterte en mi vida. No. Dejé de pronunciar tu nombre mientras duermo, y me da lo mismo lo que pase en tu vida. Haz lo que quieras, pero lejos de mí, donde no te vea, y no pueda encontrar algo en referencia a tí. Me siento feliz, feliz de que ya no me importe nada de tí, de haber borrado cualquier vestigio tuyo de los rincones de mi casa triste, de mi habitación que hoy sólo lleno conmigo. Soy libre, y me río cada día de que no estés meridianamente cerca, de no oir tu voz, de que no me llames, no me busques. Qué bien se siente saber que tengo el mundo para mí; de haberlo sabido antes, habría sido yo quien hubiese dicho bye, bye baby!. Y sí, te juro que esto es lo último que te escribo, maldito puerco asqueroso, cerdo farsante. Púdrete, hjo de puta. Fuiste un idiota, pero ¿Sabes? ¿Sabes? Yo sé que puedo ser feliz, en cambio tú, tú jamás vas a encontrar a alguien que te dé tanta entrega como la que yo prodigué, porque ¡Nadie te va a amar como yo lo hice!...¿ Lo sabes , cierto?... Y si lo sabes ¿Por qué no vuelves? A veces me quedo pegada a la puerta, sólo por si acaso. Maricón.
( Esto ocurre mientras el supuesto pobre cerdo farsante lo pasa de maravillas)

viernes, enero 26, 2007

TIPICO MOMENTO DE ESTUPIDEZ FEMENINA( disculpenme, aquellas que no son así)


Te invito a que desandes tus pisadas, que retrocedas, des vuelta y no vuelvas. A que no sigas sosteniendo esa mirada tierna cargada de audacia y rebeldía. Quiero que tomes todas tus huellas digitales de mí, y que el olorcillo, ése olorcillo fragante se vaya de mi almohada tras de ti. Aunque signifique abrazar la nada y comerme el vacío. No repitas el acto de marcar mi número, de leer mis notas, de buscarme. Porque si por alguna idea loca decides hacerlo, del mismo modo que lo hiciste ayer, anteayer y hoy, no voy a tener la capacidad de renunciar, y te habrás condenado a estar libremente atado a mi. Y de paso en tu idea libertaria me arrastrarás a mi. O sea, que en realidad, y sintiendo sin pensar, no te olvides de cómo huelo, ni desandes los caminos, ni desaprendas tu mano en mi cabeza, ni tu tierno despertarme. Y olvida lo que acabo de escribir. Fue sólo un instante de idiotez.

martes, enero 16, 2007

EN UN PELOTÓN DE MUJERES


-Soldado ¿Y su fusil?
-Eh....( cara ad hoc, de alguien que ha perdido algo importante)..se me quedó allá.
-Vaya a buscarlo. Pero en punta y codo- ordena la Teniente Daniela Gómez a una joven Dragoneante de la Escuela de Suboficiales del Ejército, que sin dudarlo se tira al suelo y comienza a reptar por él, hasta alcanzar el lugar donde esta su fusil. Y regresa.
-Todo en orden , mi teniente.
- Siga en lo que estaba entonces.
La joven, de no más de 20 años viste uniforme de camuflaje, una trenza corta –obligatoria- y un gorro militar. Tiene cara de sueño y con las manos llenas de picadas de insectos y las uñas medio negras carga su fusil. A unos cuantos metros está el resto de sus compañeras –80 en total- a quienes deberá velar el sueño por el resto de la noche. Son apenas las 02:00 AM.
Las soldados duermen en estrechas y poco cómodas carpas levantadas en un claro de un bosque donde los zancudos se dan un verdadero festín con ellas durante los diez días que dura la campaña, y que han esperado con ansias. Estamos en Pichicuy y esta es la empresa que pone fin al primer año de los soldados Dragoneantes, de la Escuela de Suboficiales del Ejército.
“Me gusta la adrenalina, siempre quise ser militar”, responden cuando uno les pregunta por qué. Por qué las armas, los bototos que hieren los pies, y un uniforme que hace insoportable el calor del verano y el frío del invierno. Y sólo es posible entenderlo cuando uno es parte de ese mundo, y se embarca con ellas.
Los oficiales se han esforzado al máximo preparando lo mejor posible cada una de las simulaciones de guerra: a campo travieso, en ciudades con terroristas, en la noche, de día, con obstáculos etc. La extenuante jornada comienza cerca de las 5 de la mañana y culmina cerca de las 2:00 AM. No hay descanso, sí mucho sueño.
Es de noche. Y los cuatro batallones en que se dividen los cerca de 800 alumnos becados de la Escuela de Suboficiales están en trincheras y centros de observación. Con visores infrarrojos para la noche, y la indumentaria necesaria – que incluye camuflaje- tienen que describir la situación del enemigo: Posición, acciones en el campamento adversario, número y otras cosas útiles al momento del combate. Lo importante es hacerlo sin hacer ruidos. No hay mucha diferencia con las tantas imágenes que llegaban por satélite de tantos conflictos en localidades lejanas: Kuwait, Irak 2003, Bosnia, Serbia, Kosovo. Se siente la adrenalina de ellas por la sangre, la tensión, el pulso, la concentración. En cada una de las actividades es imposible no recordar a Rambo, Misión del deber, Pelotón, y con el uniforme militar puesto y bototos gigantes es imposible no sentirse en busca del soldado Ryan.

No es juego
Es de día, y una ciudad destrozada por los bombardeos está llena de francotiradores solapados, agazapados y camuflados. Hay que entrar al pueblo. Mi grupo está compuesto por cuatro personas- dos de ellas mujeres- quienes revisan con las manos que no haya explosivos o detonadores en la puerta de una construcción de dos pisos a la que vamos a entrar. Antes de pasar por el dintel, de una lluvia de balas, una me da en la rodilla. Dolor: Agudo, intenso, que se intensifica con las granadas de humo y no deja respirar. Me retiro. Alcancé a disparar cuatro o cinco veces. No sé si le di a alguien, al enemigo, que nunca tiene rostro, que simplemente es el adversario.
Si los proyectiles no fueran de pintura, me habría quedado sin pierna. Y sin grupo. Al final, el comandante tiene tinta en el pecho, la cabeza, las piernas. Habría durado menos de 10 minutos. El resto del grupo no está mucho mejor. Pero todas están extasiadas. “¿Le diste a alguno? ¿ Dónde estaban? ¡¡En la Iglesia, al frente, ¿no lo viste?”. Las risas y el festejo no dan tregua. Y no puedo negarlo: es fascinante.
Hoy no hay balas, es sólo estrategia. Las soldados deben informar de lo que ocurre con el enemigo, y aplicar técnicas de ayuda a heridos. Son unas cuantas hectáreas en las que se van a encontrar con una serie de experiencias que con suma dedicación el capitán Roberto Ovalle –camuflado, igual que ellos- ha preparado para los más jóvenes. Los alumnos llevan tenidas de camuflaje realizadas con sus propias manos. Corren, se arrastran, con mochilas, cantimploras y armas en mano.
“¡¡Mi pierna, mi pierna!!!!”. Se escuchan los gritos y alaridos de alguien. Al llegar al lugar, hay sangre, pedazos de tripas y la ausencia de media pierna de un soldado que despavorido grita en lo que se supone fue el campo de batalla.
Un grupo de cuatro mujeres soldados llega.
-Torniquete- dice una de ellas, mientras le sostienen los brazos y sus compañeras tratan de hacer lo mejor.
- No, no hay que entablillar, un torniquete, presiona, se va a desangrar, presiona la herida.
- ¡Mi piernaaaaaa!!!! grita el soldado, que si hubiera estado herido de verdad habría terminado peor de como lo encontraron. Y bueno, echando a perder se aprende.
Pero la cosa deja de ser juego para mi. Ellas y ellos se lo toman en serio, y es posible captarlo en el polígono de tiro, donde con fusiles SIG entrenan la puntería. Son 10 carriles, en cada uno de ellos se simulan pequeñas trincheras, donde podría eventualmente estar el enemigo.
Me pasan un fusil y disparo. Poder. El arma confiere un poder especial, disparar otorga una extraña sensación, placentera, dan ganas de seguir, seguir y seguir, aunque por supuesto, no le esté dando a nada.
Al poco rato pruebo con una ametralladora, que se usa para simular el ruido de un conflicto de verdad. Es sólo ruido, son balas de fogueo, grandes balas de fogueo. Cuando estamos en lo mejor, un sonido sordo. El silencio. La persona que debe levantar el blanco en el carril uno no lo levanta. No se oye nada. “¿Qué onda?” Le pregunto al que sostiene la corrida de balas de la ametralladora. “Puede estar muerto”, me responde. “¡Yiaaaaa!” Me burlo, hasta que me doy cuenta de que el fusil SIG tenía balas de verdad. No, no era un juego. Y no sería la primera vez que hay una accidente, me explican. Trago saliva. Y miro hacia el foso del carril uno: quien está adentro no responde. Trago saliva. ¡La radio estaba mala, por eso no respondía! Dice alguien. Alivio. Parece juego, pero esta cosa es seria. De verdad seria. Y a ellas les gusta.