domingo, mayo 06, 2007

UN TANGO PARA NO OLVIDAR



Buenos Aires tiene un río que lo acuna, que lo besa; si no fuera así, así, yo no
lo querría.
Tiene canto, tiene vino al amanecer, y un amigo en el camino
siempre ha de tener, ¡siempre ha de tener! Tiene el tango tan sentido de
Pichuco, de Piazzolla, si no fuera así, así, ¡qué ciudad tan sola!
Buenos
Aires tiene el vuelo de palomas... ¡Qué alegría! si no fuera así, así yo me
moriría.

Eladia Blázquez




-Ché guacha ¡Sos re linda!- me miraba desde sus casi dos metros de altura, cuarenta y pico años, y ojos verde esmeralda. Tenía ese tonito porteño medio arrabal, endulzado con la inocencia que otorga la experiencia, y la soberbia de haber vivido mucho.
Sus inmensas manos acariciaban mis mejillas como si fueran de porcelana, pero me miraba con la fuerza y la certeza de saber que estaba parado frente a alguien firme y real.
Yo, desde mi metro sesenta y tanto, mi inocencia a costa de esfuerzo para que nadie me la arranque y con magulladuras en todas partes, lo escuchaba asombrada, incrédula y estoica. Y él se acercaba, me besaba profundamente y ambas inocencias se juntaban.
Desde arriba me sonreía y decía: “Sos chiquita”, con esa voz medio socarrona llena de ternura, para luego enrollarme en su pecho, respirar tranquilo y burlarse de mi escasa estatura.
-Venite conmigo- me pidió un día- aprovechemos el tiempo, yo me voy mañana de acá. Si te venís conmigo, serán unos días más juntos, hasta que vuelvas a tu país.

No me lo creí hasta que estaba en el avión hacia el norte, mirando las nubes, con la cabeza recostada en su regazo, escuchando cómo me hablaba de su paisito destrozado, pero firme y lleno de esperanzas: La crisis, los golpes, la ruina, la falta de mangos, la merca, las ganas de huir…el miedo.
Y entre verso y verso llegué a un pequeño paraíso de calma y paz, lejano del ruido de Buenos Aires. En vez de autos había aromas exóticos, ambiente húmedo y gente variopinta que transitaba en la triple frontera, la mayoría turistas, delincuentes, narcos y un largo, etc. No tengo claro en qué categoría se hallaba él.
El porteño me enseñó a cebar el mate y a curarlo, a beberlo, saborearlo y disfrutarlo. Y él mismo tenía saborcito a mate, ginebra y llevaba el ritmo de Rivadavia y calle Corrientes. Tenía a Buenos aires en él. Era de River, y fumaba Parliament “los mejores cigarrillos, ché!” y amaba con la sinceridad en las venas, la pasión en la carne, el erotismo en la boca y la ternura en las cejas.
“¿Allá son todas como vos?”, me preguntaba desde la hamaca mientras se fumaba un porro de marihuana, y sin dejar responder seguía: “A las chilenas les gusta cualquier hombre, siempre y cuando no sea chileno” y soltaba la carcajada. Se reía de buena gana cuando le hablaba de mí, mis cuentos, amantes previos, relaciones fallidas, trabajo, profesión. Y escuchaba calmado, igual que como hablaba, cantadito y pausado: “Y a mi las argentinas me tienen loco, ¡están re histéricas estas pibas!” y terminaba exclamando deliciosamente, como ya se había hecho costumbre en mi oreja:
-¡Sos re linda, guacha!

Fue un tanguito de dos semanas, de esos que uno repite hasta cansarse, inolvidable, que piden un bis. “Conseguite una corresponsalía, venite, ché, venite. Yo acá te puedo visitar, en Chile no. Chile no es para mí”.

Ni para mí. Allá me sentí en casa por primera vez.
Con su lengua me borró las cicatrices de otros, y besó cada una de las marcas todavía añejas, inclusive esa herida medio infectada que tenía escondida, la que no quería mostrar a nadie, la que no quería ver si quiera yo. “¿Quién fue el bruto?”, me preguntaba sin saber que lo llaman como a él. Y seguía con sus teorías de machito porteño. “A las mujeres hay que cuidarlas, ché… y cogerlas con amor ¿qué mierdas le enseñan a los chilenos cuando chiquitos? …Guacha, vos sos re linda!”.
La última vez que me dijo eso fue en la escalerilla de un avioncito. Cargaba mi mochila en su espalda y mi mano desaparecía entre la de él. Me miraba desde donde siempre. Los ojitos esmeraldas brillaban, vidriaban. “Ché, loca, me voy a quedar re solo sin vos”.
Yo no me aguanté las ganas, me incline en puntillas hasta su boca y lo besé, y lo abrace, para constatar que no era sueño, que había sido real. Y para quedarme, como si un beso hiciera que el avión despareciese, y en su lengua estuviera la visa de permanencia en el nuevo hogar.
Pasé los mejores días desde hace mucho, amé como pensé que no volvería a hacerlo, me trató como nadie, nunca. Y las imágenes se me vinieron de golpe, mientras lo besaba.

Y mis pies colgaban en el aire, el me recibía y me lo daba todo. “Cuidáte, volvé cuando querás”, entre besos en los ojos, cara, labios… “Sos re linda, guacha”.
Hasta que por fin lo vi chiquito desde arriba. Y volví enterita y sana a mi paisito de pesares y mediocridad, y en cada célula me quedé con su Buenos Aires querido y las ganas de volver.


**** ESTO FUE ESCRITO HACE MÁS DE UN AÑO, CUANDO MI TEJADO SE CAÍA A PEDAZOS, Y APENAS PODÍA SOSTENERME CON MI GARRAS DE LA LUNA.****