jueves, agosto 24, 2006

¡HOMBRES!


-¿Cómo te llamai’?- me preguntó el individuo común, mientras yo no podía quitar mis ojos de su dedo meñique con el anillo de oro y una letra C que rodeaba, junto a los otros dedos de su mano, un vaso de cerveza, que mecánicamente se lleva a su boca.

Como mis amigos suelen proferir cierto nivel de increpaciones en contra de mi prejuiciosa personalidad, traté de no emitir nada sobre los pensamientos que florecían en mi cabeza. Algo que suele costarme cierto esfuerzo, pero en aquella ocasión continúe enhiesta, soportando. Pocos minutos bastaron para darme cuenta de que no, no señores, lo mío no es prejuicio.
En un parpadeo se me larga con toda la información que nadie le preguntó: Estudia bla, bla, le gusta el fútbol (obvio) y es de la U. Puedo entrever, además, que se cree mino y que mientras me cuenta todo esto el jura y rejura que me está matando.
Me mira por el rabillo del ojo, con la ceja arqueada -en un gesto que debe haber estudiado horas frente al espejo-, mientras se seca el resto de cerveza de los labios (perdón, él le llama birra), con gesto de macho troglodita cargado de testosterona.
Llueve en Santiago, pero no adentro del local, donde el aire está más bien sofocante y él no se sale de su chaqueta de cuero con chiporro. Musho.

Bueno, la idea era encontrar este tipo de especimenes, y escribir acerca de ellos, animada por cierta crónica grotesca que leí una vez sobre las chicas “warrior”. Y si bien, en un comienzo pensé que iba a estar difícil, la realidad comenzó a superar a mi estrecha imaginación en cuanto al patetismo de algunos –ojo, no todos- exponentes de mi admirado y querido sexo masculino.
Esa noche siguió mi búsqueda y me adentré en las callecitas que no tienen ese qué se yo, de General Holley, en el epicentro de Providencia. En mi simple aventura me acompañaba mi fiel Fabio, esa amiga de toda la vida que, con tal de hacerte un favor, es capaz de estar una noche entera en lugares como estos.
Con ella entro a Empanadium, o algo así.
Es cruzar el umbral de la puerta, sentarse y divisar a dos tipos recién sacados de la película Tup Gun.
Es de noche y ambos llevan lentes cuneteros, cuentan las chauchas para comerse una empanada por luca, pero eso sí, estilo sobra.
Su compañía son dos bellas y curvilíneas motos imitación Harley Davison, de una marca quiltra que nadie conoce; o sea, no son BMW, ni Honda, ni Yamaha o Suzuki. Pero ellos la venden.
Se bajan de la moto como Clint Eastwood lo haría de un caballo en “Por un Puñado de Dólares”, y caminan con las piernas arqueadas que terminan en dos pares de botas vaqueras que hacen juego con una chaqueta de cuero sin chiporro –en uno- y un impermeable de cuero café –en el otro-. Concordamos con Fabio en que les falta el sombrero, las espuelas y las pistolas, de la misma forma en que acordamos que esos elementos pueden llegar a ser sólo un detalle.
Los chicos del oeste se acercan con una fría mirada al vendedor del mesón y en vez de “whisky, Johnie”, sus bocas masculinas de macho recios vociferan:
-Me da dos de queso y dos coca colas, porfa”.

Y ahí estoy yo, mirando, mirando, y obvio: se acercan. Del mismo modo en que lo haría cualquier macho recio al oler el perfume de una “hembra”: Primero otean el espacio, se sientan en la mesa contigua a la mía y de mi amiga y –acto seguido- sueltan la frase maestra que derrite a cualquier mujer del lejano oeste.

- ¿Cómo te llamai?- increpan casi al unísono, con una rudeza paralizante. Otra sarta de estupideces después, descubro a la fuerza que son vendedores de multitienda, los dos son amigos, uno trabaja en electrónica y el otro en zapatería.

- ¡Igual que Al Bondie!- suelta mi amiga, cagada de la risa.

Uno de ellos no fuma, cosa que me parece de lo más anti vaquero, pero bueno, hay que darle una oportunidad. Y empiezan a hablar de sus amores, de aquello que los hace vibrar como nada en el mundo: Sus motos y los carretes arriba de sus motos y del gimnasio y las pesas...Y con la Fabio nos fuimos al poco rato de ahí.

La Fabio es una mina inteligente, culta, con múltiples intereses y ambiciones, una persona con la que se puede conversar de cualquier cosa. Es una compañía ideal, salvo –quizá para mí- por un pequeño detalle: se derrite cuando escucha música. Cualquiera sea el estilo y ritmo. Baila mambo, salsa, cumbias, y creo que es la única persona capaz de hacer bailable cualquier ritmo, compás y armonía musical, incluyendo los de la música clásica. Hago la precisión de que no tengo nada en contra de la música clásica, pero siempre y cuando no sea para acompañar a una loca a la que le gusta bailar cualquier cosa.
Y en vista de que en Suecia si no se baila no se pasa bien, con mi amiga poco adicta al “dancing”, nos fuimos a una “disco” que por suerte para mi tenía una buena y desierta barra en el bar, con la que poder conversar. Porque al ver los pies de Fabio moverse de manera automática, empecé a intuir lo que venía.

En el local, donde al parecer faltaba la ventilación, por la forma en que se colaban los olores en mi nariz, cobraban nada para las mujeres y muy poco para los hombres al momento de ingresar. Casi regalaban la cerveza para nosotras y por una luca más era posible obtener una piscola, roncola, gincola, etcéteracola.

Es aquí donde los chicos de la peineta y el gel se sacan su armadura y muestran la carrocería: camisetas ajustadas, bíceps, tríceps, glúteos, que bailan al compás de “ lo que pasó, pasó entre tú y yo”, y “dale más gasolina”. Pero ojo: los lentes siguen ahí. Intactos.

En la pequeña jungla los hombres juegan, miran de lejos, se pasean como gatos, casi sensualmente, si no fuera porque la cosa huele a falso, muy falso.
Invitaban a las féminas de su elección a un trago, pero que no cueste más de luca.
Y ahí están ellas, de botas con taco muuuy altos, con sus melenas rubias, dejándose encantar por ellos, demostrando que la culpa no es del chancho, como me decía mi abuelita.
Entre el calor y el reggeaton no falta el que se saca la polera dejando al descubierto el embriague y hasta el estanque de bencina. Es imposible no mirar. Y me autoexculpo: soy mujer ¿no?
Para mi asombro la Fabio comenzaba a disfrutar de la carne mucho más que yo: -¡¡Mira qué rico!!!!! ¡¡¡Si es súper mino!!!!!- me gritaba, en referencia al tipo que mostraba y meneaba su embriague y agitaba una polera roja en la mano.
Y él, como león en harem, se da cuenta, oye a la Fabio y se acerca.
Medio echado en la barra del bar le dice con su voz varonil la frase más creativa del diccionario masculino chileno:
- ¿Cómo te llamai?- .Acto seguido, saca una cajetilla de Marlboro rojo (cigarros de hombre escuché por ahí una vez) y se coloca uno entre los dientes, saca su Zippo y luego de un movimiento malabarístico que deja a la Fabio asombrada (cuánto tiempo lo habrá practicado?), enciende el pucho mientras le dirige una mirada fulminante a las tetas. Exhalaba la primera bocanada de humo por la nariz y por la boca, terminando en pequeños y grandes círculos, mientras sacude su melena larga sin gel, pero bien cuidadita... La Fabio estaba hipnotizada. Y salió a bailar con melena de león

Yo me quedé en el bar con mi vodka tonic( Stolishnaya), con tres hielos y dos rodajas de limón. Y así pasé un buen rato. Hasta que se acercó un tipo que nos miraba de lejos con la Fabio, antes de que se creyera el cuento de las reinas de la noche.

Medio trago en mi intestino y el que parecía ser observador eterno, se deslizaba por la barra, en la que yo continuaba tomándome mi trago, en un vaso de vidrio y fumándome un cigarrillo ultra light.
Él era de los que se hacen los interesantes, osea, se acercaba, pero no se acercaba, me miraba pero no me miraba, o sea, un pelotudo más.
Hasta que se acercó, acercándose de verdad.

-¿Tienes fuego?- me pregunta sin mirar. Y le pasé mi encendedor.

- ¿Quieres menearte un poco? –me dice esta vez mirándome. Y yo le dije amablemente que yo –no- bailo- el nuevo-es-ti-i-lo- de baile, porque no ando en metro, micro, ni escucho ra-di-o.
-¿Por qué no?-. Y ahí empezó el discurso para convencerme de que bailar es lo mejor que me puede pasar y que la música es una especie de ceremonia divina y yo le digo que esto no me acerca a ninguna divinidad, y que el reggeatón no es un rezo a los dioses. Pero el señor músculo-interesante no entiende. Y me invitó a un trago. Mal, porque a mi me quedaba vodka en mi vaso de vidrio y porque no acepto tragos si ya tengo uno. Pero él insite en que para después.
-No me gusta el neoliberalismo ni la acumulación por la acumulación- le bromeo.
No me respondió nada. Se quedó sentado a mi lado y me hizo una de las pocas preguntas que esa noche no había escuchado.
-¿Qué música te gusta?
-Me gusta el rock.
-Ah... ¿Y cuáles grupos?
-Ninguno en específico: Clásico, blues, Punk- le respondo.
-Hmmmmmm......
Ya eran como las cuatro de la mañana y de repente veo a mi amiga toda una dancing queen, con el perreo, melena de león y el reggeaton.
-¡Ven!- me grita desde el medio del local. Yo ya iba en el segundo vodka con tres hielos, dos rodajas de limón y en vaso de vidrio. Y eché de menos a mi chico, a Lou Reed, David Bowie, The Beatles, The Kinks, Rolling Stone, y al infinito regocijo de su abrazo. Y por supuesto lamenté que se me hubiera ocurrido escribir esto que, por lo demás, nunca publiqué y que hoy lo regalo a ustedes. Bueno, al menos la Fabio esa noche lo pasó bien.

domingo, agosto 13, 2006

BOTAS Y PELAJE Y AMORES NUEVOS



You cant always get what you want
But if you try sometimes well you might find
You get what you need
Rolling Stones


Ha pasado tiempo, y como por ahí dicen, al que lo echan sin que lo llamen....
Sí, cambia, todo cambia y de vuelta estoy. Para gritar miserias, susurrar versos y cantar cantares de alegría que nazcan de mi siempre apasionado corazón. Para decir que hay perdón, pero nunca olvido. Para gritarte a vos, hijo de puta, que fuiste un hijo de puta, y que nadie me va a cortar ni clavar la pluma como estaca en el pecho.
Para, con tambores y vítores reírme de ti, de ellos, de mi, por la simple razón de que estoy viva y proclamar mi nueva y bendita libertad!!!!!!.
Hoy quiero ser como prometeo y robarle el fuego a los dioses, ir despacito con la inocencia de mi niña que tan bien cuido y apropiarme de ella, alumbrar mi camino para no caerme en tu hoyo escuro, triste y negro y caminar con paso firme, con mi andar gatuno y mis botas de siempre por el gran, gran camino de la vida. Me doy la bienvenida con la cara en alto, y me río de las lágrimas que lloré, de las cuentos que escribí y de la vida que dejé. Que hoy empiezo otra, con nuevos bríos y nuevo pelaje, porque, recordad, queridos míos que las gatas tenemos siete vidas y yo apenas he matadado a dos. Y sumad a eso, lo que dijo el buen Nietzsche: "Lo que no mata, me hace mas fuerte!!!