lunes, abril 09, 2007

ELLA Y ÉL


Él no paraba de mirar las curvas de la botella de vodka Stolichnaya. Que ella sostenía y bebía con avidez. Ella. De ojos gigantes y una cascada de rizos eternos. De pechos generosos, ocultos en una polera ajustada. Con unas piernas largas, enfundadas en uno jeans y finalizadas en unas respetables botas vaqueras. Ella. En serio les digo que él ni se percató. Sólo miraba las curvas de la botella.
Ella, en cambio, bebía con fruición del mismo modo en que mordía el cigarro –Marlboro- y exhalaba en largas bocanadas el tibio y espeso humo. Mientras lo atravesaba con la mirada. A él.
Él. De ojos gigantes y amarillos – como los gatos, pensó ella-, cubierto de cabellos azabaches, harapos de tristeza, angustia por alcohol.
Y él se acercó. A ella. La botella. Y ella no era tonta, sabía que en sus manos tenía un elixir de la vida. Y se lo acercó a los labios. El vodka.
Compartieron tabaco, alcohol y ella pasó su oreja para que él vertiera sus derrotas. Luego ella le regaló su boca, y él su lengua. Como para dar gracias. Por el alcohol de él. Y por la compañía, de ella.
Y él, con sus 37 a cuestas le enseñó a los 23 de ella sobre Bukowsky, Burroghs, Cortázar. Y empezó el juego de rayuela. En ello estuvieron ¿Dos? ¿Tres? ¿Cinco horas? Y el alcohol se había evaporado, en la garganta de él, y en gran parte, por el calor de ella.
Mentalmente ojosamarillosborrachos encontró su último billete. Y en vez del vino, ganó ella. A quien aún él no miraba.
Y ella, que no sólo lo había mirado y escuchado y dejado entrar, no dudó. Y se fueron al refugio de él.
Ella caminó con la seguridad de una pantera por los suelos de él. Y lo besó y acarició con firme dedicación. Y él hizo lo suyo. Le arrancó la ropa y la atrajo a su miembro, que estaba ahí. Él lo sintió. Y ella, también. Él dudó y prefirió continuar recorriéndola con las yemas de los dedos y su boca, hasta el más infinito rincón. Y le devoró la entrepierna, como ella no sabía se podía hacer. Y de pronto la nada.
-Soy impotente- le dijo a la mañana siguiente. Y ella, que no sabía que hacerdecirpensar, se limito a un ‘ah’.
Los rayos de luz del veraniego amanecer alumbraron la oscura cabeza de ella, que insolentemente se abalanzaba en el sexo de él, casi con devoción, como una plegaria o una oración.
El la corrió, se vistió y salió. Al rato le trajo un yogurt. Yse acariciaron, besaron, lamieron , mordieron y durmieron. Como si nada.
Y simplemente no podía ser. Se castigaba él. Que por fin la miraba, mientras ella se paseaba desnuda por el jardín, con un libro de Bukowsky en la mano y el gato negro en el regazo. El regaba los árboles, las plantas y la tierra con la música de los pájaros de fondo y miraba con envidia el chorro de agua que salía por la manguera erecta que sostenía con su mano.