miércoles, enero 02, 2008

¡QUIERO SEGUIR JUGANDO!


Cuando era verano y yo tenía menos de diez años, mis amigos solían entrarse a su casas antes que yo. Estábamos en lo mejor del juego a la pelota o con las bicicletas o lo que fuera, y las mamás los llamaban para bañarse y tomar once. Varias veces me quedaba sola jugando, o con uno o dos amiguitos.
Recuerdo que el hecho de que llamaran al primero de mis compinches me entristecía, porque sabía que el resto se iría pronto a sus casas.
Y a pesar de eso, yo prefería quedarme un rato más afuera, y no era muy obediente cuando mi mamá me rogaba que me entrara para ducharme, ponerme zapatos de charol, calcetines blondas y comerme un trozo de pan de pascua con leche y chirimoyas. Prefería quedarme sola jugando con el perro o con cualquier cosa.
Últimamente he vuelto a sentir esa sensación de quedarme jugando sola en el patio.
Una serie de matrimonios y guaguas han traído esa angustia de vuelta. De que soy la única que quiere seguir jugando. Que NO quiero crecer, ni que mi mamá venga a buscarme para entrarme al seguro hogar. Y no logro entender por qué la gran mayoría de los seres humanos lo hace. ¿ Para qué?
Del mismo modo que ninguno de mis amiguitos promovía la idea de entrarse temprano, aún no conozco una sola mujer que me diga que el matrimonio es lo mejor del mundo. Por el contrario, cuando me encuentro a amigas que están casadas desde hace un par de años –la tragedia se inicio a mis 24, cuando se entró a la casa la primera de ellas- las veo marchitas, cansadas, ojerosas, chatas. Ni siquiera tienen sexo, a pesar de dormir todos los días con un representante del sexo masculino al lado. ¡Jamás he escuchado decir a una mujer que lo mejor del mundo es casarse después de haberlo hecho!.
¿Por qué en una época en que por fin las mujeres podemos hacer lo que queramos, la mayoría de ellas decide cortarse la alas usando precisamente su libertad? Por qué, si hay infinidad de alternativas ¿Eligen la menos confortante?
Cuando era chica y me quedaba hasta tarde sola, finalmente me olvidaba de mis amiguitos en sus casas, y lo pasaba genial. Al otro día les contaba que había visto la luna y que había atrapado a un grillo o un sapo. Ellos me miraban con cierta envidia y admiración, y algunos incluso no me creían de puro celosos de la libertad que yo tenía para ir a mi casa bien entrada la tarde. Yo no estaba equivocada ni mentía.
Y si bien se que ahora tampoco estoy equivocada y que prontamente voy a ayudar a unas cuantas a recoger pedazos de vida destrozados de manera casi irreparables ( y que no voy a decir ¡Te dije que no lo hicieras!) no logro deshacerme de esa sensación de ser una niña eterna, que juega hasta la noche, y que es juzgada por sus amiguitos por no querer entrarse temprano a casa a ponerse zapatos de charol y calcetines con blondas, porque simplemente no le da la gana. Siento que el mundo crece y que yo no lo quiero hacer con él.
La semana pasada, una ex compañera de colegio embarazada de siete meses va y suelta con sinceridad absoluta:
-Yo no quería esto, pero tuve que aperrar nomás-. Me dijo. Aún así no se me quita esta sensación de quedarme jugando sola y no querer entrar a mi casa, porque siempre, siempre es muy temprano.

lunes, diciembre 24, 2007

UTOPÍA




Si tu volvieras.
Tal vez mis infinitas mariposas saldrían a tu paso
Y en mi regocijo celebrarían tu andar cansado
Te traerían en un vuelo liviano y raudo, mientras
Bebes néctares que restauren tu espíritu

Si tu volvieras
La gata gris y felpuda daría brincos de locura
El ronroneo de sus bigotes se haría mas suave
Y su dormir sería más sereno
Me despertaría con sus patitas suaves para avisarme


de tu regreso

Si tu volvieras
Aunque fuese invierno, el camino hasta mi florecería
Lotos y nenúfares, calas, musguitos y mil tulipanes
decorarían cada una de tus pisadas
El sol iluminaría mi alma, tu sendero, mi destino
La luna nos cobijaría esa noche en que las nubes que la cubrieron
huyeron al ver tu llegada

Si tu volvieras
Creería en los milagros
y en cada rezo canción, plegaria y oración
agradecería la dicha de ver tus luceros abrirse al alba
el ver tus manos como burbujas hacia a mí,
escuchar el sonidos de tus versos y tu hablar
que para mi fue como poesía encantadora que aún se repite en
mi memoria como un coro de jilgueros, o centenares de campanas

Si tu volvieras
Con mis manos construiría el futuro
Y le arrancaría a mi guitarra los sonidos de canciones mudas
Que escribí en tu ausencia, mientras te añoraba
Quemaría mi nostalgia y mataría el despecho
Ahogaría la rabia, el espanto y despediría
A mi huésped la tristeza

Si tu volvieras
Ya no sería la misma
Los años me habrían cambiado
Colocando experiencia y manteniendo inocencia
Sin cicatrices, sin heridas, sería una mujer entera
De piel y sangre, de hueso y agua
De verdad y entereza, pero con resabios de chiquilla perversa

Si tu volvieras
Lloraría de incredulidad,
comprobando perpleja la intuición que tuve
y que fue el pilar en que me afirme por un rato
Que volverías por el camino andado y por la dirección inversa
Derrotado, mustio y marchito, con las ganas que te di gastadas
Con la esperanza templando en vilo
Con la fe metida en el ombligo
Y la culpa royendo tus entrañas

Si tu volvieras
Comprobarías que estoy completa
Y mi nostalgia de tu presencia se haría parte en la fiesta
Pero tal vez bajarías la vista
Y la garganta apretada no soltaría tus palabras, ni poemas
Alomejor no tendrías la insolencia de gritar tu presencia

Si tu volvieras
Tal vez amarrarías tus palomas por temor
Y te quedarías mirando desde la verja
Sin festejo, sin quilombo, sin colores
Ahogarías tus ganas, y soltarías tus miedos, tus dudas, tus celos

Si tu volvieras
Alomejor no verías mi arcoiris
Y mi canción apenas sería audible a tus oídos
Y mis dedos en las cuerdas no causarían nada

Aún así,
si tu volvieras
enajenado, triste, sordo, ciego y mudo
Yo haría una fiesta de colores, aunque tuviera por compañía
A la sombra de quien fuiste conmigo
Y yo fuera para ti apenas un mimo.


miércoles, julio 18, 2007

CRÉEME



Créeme,
cuando te diga que el amor me espanta,
que me derrumbo ante un "te quiero" dulce,
que soy feliz abriendo una trinchera.

Créeme,
cuando me vaya y te nombre en la tarde
viajando en una nube de tus horas,
cuando te incluya entre mis monumentos.

Créeme,
cuando te diga que me voy al viento
de una razón que no permite espera,
cuando te diga: no soy primavera,
si no una tabla sobre un mar violento.

Créeme,
si no me ves y no te digo nada,
si un día me pierdo y no regreso nunca.
Créeme,
que quiero ser machete en plena zafra,
bala feroz al centro del combate.

Créeme,
que mis palomas tienen de arco iris,
lo que mis manos de canciones finas.

Créeme, créeme,
porque así soy
y así no soy de nadie.


Vicente Feliú


martes, junio 05, 2007

SÍ O NO



Cuando es sí, siempre es sí.
Tal vez, esconde un no,
Nunca un quizá, o un ojalá.
Es un no cobarde, mediocre,
Vacío, un simulacro, una verdad a medias
Y no le alcanza ni para mentira.

Para decir sí, se necesitan cojones,
Coraje, gallardía, tezón, seguridad.
Para decir no, es parecido.
Hay que perderle miedo al miedo,
al daño ajeno,
a la culpa.

Por eso, ante un tal vez, huyo.
Un ojalá me asquea, me repugna,
Me mediocriza, medioanula.
Es amarillismo emocional.

Aplaudo al que grita no.
Y abrazo al gigante de gigantes que simplemente
Y sencillamente de repente me asalta en el momento menos indicado
Y esboza: sí.
¿Al mudo? Hmmm...simple
lo torturo hasta que diga algo, pero esos
nunca dicen si. Paso.

domingo, mayo 06, 2007

UN TANGO PARA NO OLVIDAR



Buenos Aires tiene un río que lo acuna, que lo besa; si no fuera así, así, yo no
lo querría.
Tiene canto, tiene vino al amanecer, y un amigo en el camino
siempre ha de tener, ¡siempre ha de tener! Tiene el tango tan sentido de
Pichuco, de Piazzolla, si no fuera así, así, ¡qué ciudad tan sola!
Buenos
Aires tiene el vuelo de palomas... ¡Qué alegría! si no fuera así, así yo me
moriría.

Eladia Blázquez




-Ché guacha ¡Sos re linda!- me miraba desde sus casi dos metros de altura, cuarenta y pico años, y ojos verde esmeralda. Tenía ese tonito porteño medio arrabal, endulzado con la inocencia que otorga la experiencia, y la soberbia de haber vivido mucho.
Sus inmensas manos acariciaban mis mejillas como si fueran de porcelana, pero me miraba con la fuerza y la certeza de saber que estaba parado frente a alguien firme y real.
Yo, desde mi metro sesenta y tanto, mi inocencia a costa de esfuerzo para que nadie me la arranque y con magulladuras en todas partes, lo escuchaba asombrada, incrédula y estoica. Y él se acercaba, me besaba profundamente y ambas inocencias se juntaban.
Desde arriba me sonreía y decía: “Sos chiquita”, con esa voz medio socarrona llena de ternura, para luego enrollarme en su pecho, respirar tranquilo y burlarse de mi escasa estatura.
-Venite conmigo- me pidió un día- aprovechemos el tiempo, yo me voy mañana de acá. Si te venís conmigo, serán unos días más juntos, hasta que vuelvas a tu país.

No me lo creí hasta que estaba en el avión hacia el norte, mirando las nubes, con la cabeza recostada en su regazo, escuchando cómo me hablaba de su paisito destrozado, pero firme y lleno de esperanzas: La crisis, los golpes, la ruina, la falta de mangos, la merca, las ganas de huir…el miedo.
Y entre verso y verso llegué a un pequeño paraíso de calma y paz, lejano del ruido de Buenos Aires. En vez de autos había aromas exóticos, ambiente húmedo y gente variopinta que transitaba en la triple frontera, la mayoría turistas, delincuentes, narcos y un largo, etc. No tengo claro en qué categoría se hallaba él.
El porteño me enseñó a cebar el mate y a curarlo, a beberlo, saborearlo y disfrutarlo. Y él mismo tenía saborcito a mate, ginebra y llevaba el ritmo de Rivadavia y calle Corrientes. Tenía a Buenos aires en él. Era de River, y fumaba Parliament “los mejores cigarrillos, ché!” y amaba con la sinceridad en las venas, la pasión en la carne, el erotismo en la boca y la ternura en las cejas.
“¿Allá son todas como vos?”, me preguntaba desde la hamaca mientras se fumaba un porro de marihuana, y sin dejar responder seguía: “A las chilenas les gusta cualquier hombre, siempre y cuando no sea chileno” y soltaba la carcajada. Se reía de buena gana cuando le hablaba de mí, mis cuentos, amantes previos, relaciones fallidas, trabajo, profesión. Y escuchaba calmado, igual que como hablaba, cantadito y pausado: “Y a mi las argentinas me tienen loco, ¡están re histéricas estas pibas!” y terminaba exclamando deliciosamente, como ya se había hecho costumbre en mi oreja:
-¡Sos re linda, guacha!

Fue un tanguito de dos semanas, de esos que uno repite hasta cansarse, inolvidable, que piden un bis. “Conseguite una corresponsalía, venite, ché, venite. Yo acá te puedo visitar, en Chile no. Chile no es para mí”.

Ni para mí. Allá me sentí en casa por primera vez.
Con su lengua me borró las cicatrices de otros, y besó cada una de las marcas todavía añejas, inclusive esa herida medio infectada que tenía escondida, la que no quería mostrar a nadie, la que no quería ver si quiera yo. “¿Quién fue el bruto?”, me preguntaba sin saber que lo llaman como a él. Y seguía con sus teorías de machito porteño. “A las mujeres hay que cuidarlas, ché… y cogerlas con amor ¿qué mierdas le enseñan a los chilenos cuando chiquitos? …Guacha, vos sos re linda!”.
La última vez que me dijo eso fue en la escalerilla de un avioncito. Cargaba mi mochila en su espalda y mi mano desaparecía entre la de él. Me miraba desde donde siempre. Los ojitos esmeraldas brillaban, vidriaban. “Ché, loca, me voy a quedar re solo sin vos”.
Yo no me aguanté las ganas, me incline en puntillas hasta su boca y lo besé, y lo abrace, para constatar que no era sueño, que había sido real. Y para quedarme, como si un beso hiciera que el avión despareciese, y en su lengua estuviera la visa de permanencia en el nuevo hogar.
Pasé los mejores días desde hace mucho, amé como pensé que no volvería a hacerlo, me trató como nadie, nunca. Y las imágenes se me vinieron de golpe, mientras lo besaba.

Y mis pies colgaban en el aire, el me recibía y me lo daba todo. “Cuidáte, volvé cuando querás”, entre besos en los ojos, cara, labios… “Sos re linda, guacha”.
Hasta que por fin lo vi chiquito desde arriba. Y volví enterita y sana a mi paisito de pesares y mediocridad, y en cada célula me quedé con su Buenos Aires querido y las ganas de volver.


**** ESTO FUE ESCRITO HACE MÁS DE UN AÑO, CUANDO MI TEJADO SE CAÍA A PEDAZOS, Y APENAS PODÍA SOSTENERME CON MI GARRAS DE LA LUNA.****

lunes, abril 09, 2007

ELLA Y ÉL


Él no paraba de mirar las curvas de la botella de vodka Stolichnaya. Que ella sostenía y bebía con avidez. Ella. De ojos gigantes y una cascada de rizos eternos. De pechos generosos, ocultos en una polera ajustada. Con unas piernas largas, enfundadas en uno jeans y finalizadas en unas respetables botas vaqueras. Ella. En serio les digo que él ni se percató. Sólo miraba las curvas de la botella.
Ella, en cambio, bebía con fruición del mismo modo en que mordía el cigarro –Marlboro- y exhalaba en largas bocanadas el tibio y espeso humo. Mientras lo atravesaba con la mirada. A él.
Él. De ojos gigantes y amarillos – como los gatos, pensó ella-, cubierto de cabellos azabaches, harapos de tristeza, angustia por alcohol.
Y él se acercó. A ella. La botella. Y ella no era tonta, sabía que en sus manos tenía un elixir de la vida. Y se lo acercó a los labios. El vodka.
Compartieron tabaco, alcohol y ella pasó su oreja para que él vertiera sus derrotas. Luego ella le regaló su boca, y él su lengua. Como para dar gracias. Por el alcohol de él. Y por la compañía, de ella.
Y él, con sus 37 a cuestas le enseñó a los 23 de ella sobre Bukowsky, Burroghs, Cortázar. Y empezó el juego de rayuela. En ello estuvieron ¿Dos? ¿Tres? ¿Cinco horas? Y el alcohol se había evaporado, en la garganta de él, y en gran parte, por el calor de ella.
Mentalmente ojosamarillosborrachos encontró su último billete. Y en vez del vino, ganó ella. A quien aún él no miraba.
Y ella, que no sólo lo había mirado y escuchado y dejado entrar, no dudó. Y se fueron al refugio de él.
Ella caminó con la seguridad de una pantera por los suelos de él. Y lo besó y acarició con firme dedicación. Y él hizo lo suyo. Le arrancó la ropa y la atrajo a su miembro, que estaba ahí. Él lo sintió. Y ella, también. Él dudó y prefirió continuar recorriéndola con las yemas de los dedos y su boca, hasta el más infinito rincón. Y le devoró la entrepierna, como ella no sabía se podía hacer. Y de pronto la nada.
-Soy impotente- le dijo a la mañana siguiente. Y ella, que no sabía que hacerdecirpensar, se limito a un ‘ah’.
Los rayos de luz del veraniego amanecer alumbraron la oscura cabeza de ella, que insolentemente se abalanzaba en el sexo de él, casi con devoción, como una plegaria o una oración.
El la corrió, se vistió y salió. Al rato le trajo un yogurt. Yse acariciaron, besaron, lamieron , mordieron y durmieron. Como si nada.
Y simplemente no podía ser. Se castigaba él. Que por fin la miraba, mientras ella se paseaba desnuda por el jardín, con un libro de Bukowsky en la mano y el gato negro en el regazo. El regaba los árboles, las plantas y la tierra con la música de los pájaros de fondo y miraba con envidia el chorro de agua que salía por la manguera erecta que sostenía con su mano.

domingo, marzo 25, 2007

AMOR VIOLENTO


El dijo ‘te quiero’, y la golpeó.
Ella no pudo pronunciar ni una sílaba ensangrentada,
pensar un sentimiento, enhenbrar una frase.
Responder tal muestra de amor.

Los hijos volverían del colegio, y no tendrían qué comer.
Los porotos alimentaron la alfombra y el suelo. De rabia.
Ella tragó espanto y devoró miseria,
mientras él, desde la puerta decidió volver.

Nadie vino a limpiar.
Nadie preguntó nada.

Cuando los porotos hicieron su declaración
de cómo él siguió expresándole su devoción,
ella ya era un número, en una lista,
de mujeres muertas de amor.


Ya van 13 en el año. Una por semana. Se suman un carabinero y un pariente que intentaron defenderlas. Pero el amor es más fuerte.
Y van a ser más.
Durante el año pasado, la lista llegó a más de 40, seis mil denuncias al año de golpes bajos fue el segundo plato. Las que no denunciaron, fueron el postre y no se sabe cuántas son. El anonimato siempre es el acompañamiento.
Ellos juraron quererlas, amarlas, respetarlas y ‘hasta que la muerte nos separe’. Parece que no entendieron que ya hay divorcio, si es que se querían separar de ellas.
Contradicciones de un país moderno, con muchos computadores, teléfonos celulares, internet. Donde, al parecer, aún se piensa que las mujeres somos entes secundarios.
“Vergonzoso” dijo el Sernam y enumeró otro tipo de violencia: El spot de la mina en pelotas para vender cervezas, ganar 30 por ciento menos que ellos a pesar de hacer lo mismo. Peores pensiones, castigo a la maternidad, más pobreza. “ Es culpa de las minas”, escuché en la boca de un idiota. “Es horroroso”, me dijo otro, que entendió.
Por favor no me pregunten por qué soy feminista. ( Aunque no milite)
Nos sobran los motivos, dice Sabina. Claro que para algo más romántico que esto.